Cita Bíblica: 1ª Juan 1:5-10
Introducción.
Desde los primeros siglos el cristianismo ha tenido muchos enemigos y ha sido necesario una y otra vez presentar defensa y afirmar a cada creyente en la verdad del Evangelio. La primera carta de Juan es una carta universal, no está dirigida a una iglesia en particular, sino que a toda la cristiandad.
El apóstol Juan se ve en la necesidad imperiosa de aclarar ciertos temas del Evangelio que los falsos maestros estaban distorsionando y con ello, llevando a los hermanos al error.
El Apóstol advierte a sus lectores que estos maestros no poseían las verdaderas señales de los hijos de Dios. Juan es claro: una persona es hijo de Dios o no lo es, no hay intermedios. El anciano Apóstol fue bien radical en esto y por eso esta epístola está llena de extremos, el contrasta: luz con tinieblas, amor con odio, verdad con mentira, muerte con vida.
En toda la Carta, el escritor aclara importantes temas a los creyentes, y además, contesta a los falsos maestros en forma muy fuerte.
En la lectura de hoy, el Apóstol advierte de dos graves y peligrosos errores, en los que un creyente no debe caer; a la vez, que nos muestra la solución a esos errores. Los invito a que juntos recorramos esta pequeña porción.
- DOS GRANDES ERRORES
- Comunión
- Pureza
- TRES PASOS PARA UNA SOLUCIÓN
- El medio (Cristo)
- El método (la confesión)
- El alcance (todo)
Conclusión.
Hermanos, no caigamos en los errores que en los primeros siglos hicieron mucho daño, y por qué no decirlo también, en el nuestro; me refiero a decir que tenemos comunión con Dios cuando andamos en tinieblas, o más directamente aún, estamos en pecado. Tampoco pensemos que somos lo suficientemente puros y castos como para no pecar; o que somos tan santos que no tenemos, siquiera, tendencia a pecar.
El creyente tiene que procurar andar en santidad práctica, pero estamos cayendo en forma constante. Esta es la realidad y nuestro Dios así lo sabe. Tampoco abusemos de nuestra libertad y digamos: «El Señor todo lo perdona, así que después arreglaré cuentas con él», eso no debe ser así.
La lección de hoy es sumamente importante, debemos entender que aun después de la salvación los creyentes podemos pecar, por lo tanto necesitamos ser limpiados diariamente. Lo maravilloso es que Dios ha provisto solución para esto. La sangre de Cristo sigue siendo el medio para el perdón de nuestros pecados. El modo de lograr esta limpieza consiste en confesar nuestros pecados con sinceridad y constricción. Es tan grande la gracia, que hay provisión suficiente para limpiarnos hasta el fin de nuestros días.
Cuando somos sinceros y francos con nuestro Dios y somos capaces de sacar todo lo que nos impide tener comunión con él, recién ahí, podemos ampararnos en la maravillosa promesa del versículo 9: Dios es fiel y justo para perdonarnos.