Cita Bíblica: 1ª Juan 4:7-17
Introducción.
Juan, en nuestra lectura de hoy, nos dice: «Dios es amor». En este hermoso libro tenemos 3 grandes descripciones de Dios:
- Dios es Luz y ese es el tema desde el capítulo 1:1 hasta el 2:2.
- Dios es amor, que es el tema desde el capítulo 2:3 hasta el capítulo 4:21.
- Dios es vida, que es el tema del capítulo 5.
Son las grandes descripciones de Dios que nos deja el Señor en su Palabra, y que marcan los temas principales de esta maravillosa carta.
La palabra utilizada aquí para amor no es la palabra «eros». A través de toda esta carta, la palabra usada para amor es «ágape». No se trata de sentimientos, ni afectos, ni sexo, ni relaciones sociales. Es el amor sobrenatural y sublime de Dios. Es el amor que el Espíritu Santo pone en nuestros corazones, y que solo el Espíritu de Dios puede hacer que se manifieste en nosotros. Es el amor de Dios, y solo el Espíritu de Dios puede capacitarnos para reflejarlo y extenderlo a otros, en la forma que Pablo lo describe en 1ª Corintios 13.
- EL CRISTIANO AMA A DIOS
- LA MANIFESTACIÓN DEL AMOR DE DIOS
- EL AMOR, LA MISERICORDIA Y LA JUSTICIA
- EL CRISTIANO AMA A SUS SEMEJANTES
- LA FE Y EL AMOR
Conclusión.
Hoy, en la Dispensación de la Gracia, Dios le da la posibilidad a cada persona en particular, de reconciliarse con Él, a través de su Plan de Salvación, en que por amor a nosotros envió a su Hijo Jesucristo a la tierra, para que pagara en nuestro lugar el castigo de nuestro pecado, convirtiéndose así en nuestro Salvador. Dios nos llama para que nos arrepintamos de nuestros pecados y que entreguemos, por fe, nuestra vida a Jesucristo y lleguemos a estar unidos con Él y en Él.
Cuando somos justificados y renacidos, Dios también nos prepara para lo que nos resta permanecer en esta vida; y Dios entonces, coloca en nosotros su Espíritu, y a través de su Espíritu coloca su amor en nosotros. Cuando el amor de Dios es derramado en nosotros, se nos hace aptos para que nosotros amemos a Dios y para amar a nuestros semejantes, con el amor de Dios, aquel amor sublime y puro que la humanidad perdió por causa del pecado, en el jardín de Edén.
En la medida que nuestra fe es más fuerte, el amor colocado en nosotros se perfecciona, hasta que llegamos a amar a todos nuestros hermanos y a canalizarlo hacia nuestro prójimo.
El amor de Dios en nosotros exige total dedicación a Dios, porque si vamos a tener comunión con Dios debemos amarlo solamente a Él. No podemos compartir nuestro amor entre el mundo y Dios. No es posible que amemos a Dios y al mismo tiempo amemos las cosas del mundo. Juan en 1ª Juan 2:15-16 nos advierte que si alguno ama las cosas del mundo el amor del Padre no está en él. De modo que ya no amaremos las cosas del mundo que Juan identifica como los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Todo eso implica pecado.