Cita Bíblica: Jeremías 8:4-13
Introducción: Algunos han calificado a Jeremías como el profeta llorón, pues su llanto o lamento, es característico en sus escritos. No obstante, si uno ve más profundamente, rápidamente se dará cuenta cual es la razón de su dolor, y así se puede llegar a entender con mucha claridad su mensaje.
Los lamentos de Jeremías radican en la terrible situación que estaba viviendo el pueblo. El estaba viendo la degradación moral y espiritual por la que estaban pasando, condición que finalmente los llevo al abandono total de Dios y sus leyes. Esto traería sobre ellos un duro, pero justo castigo.
El libro de Jeremías contiene un mensaje muy directo y severo de parte de Dios, que el profeta con mucha valentía dio a conocer, sumido en la tristeza que le producía ver la apostasía y soberbia de sus hermanos.
El pueblo que había sido educado en las leyes y la verdad de Dios, estaba volviéndose, literalmente, al paganismo. Las causas de esta apostasía son muchas, y sería largo analizarlas, pero sí podríamos hablar de tres grandes causas que llevaron a Israel a recibir el castigo de su Dios, conductas también que nos deben llevar a nosotros a reflexionar acerca de este tema.
I. La necesidad de oír
II. La necesidad de reconocer el error
III. La necesidad de obedecer
Conclusión: A veces pensamos que ya lo sabemos todo y no hay nada mas por escuchar, como le sucedió a Israel, eso constituye una falsa y peligrosa seguridad. Nunca debemos perder la capacidad de escuchar a nuestro Señor, nunca debemos dejar de ser sensibles a su voz. El Señor quiere instruirnos, guiarnos y acompañarnos, pero para eso debemos poner atención y saber escuchar su voz.
Cuando uno escucha con atención la voz de Dios se puede dar cuenta por donde va y hacia dónde le lleva el camino escogido, o si ha caído y necesita ser levantado. Cuando el Señor habla, y a veces lo hace muy fuerte, no podemos darnos por desentendidos.
Es muy fácil reconocer nuestros pecados cuando la voz de Dios se escucha con un corazón dispuesto a ser corregido. Luego, no basta con oír a Dios para que nos muestre los errores, también es necesario obedecerle para corregir el error.
Es difícil que un creyente sincero termine un día sin tener que arrepentirse de algo frente al Señor. Pido al Señor mantenga nuestros oídos atentos a Su Palabra y que el mismo nos de la capacidad de entenderla, para que cada día podamos vivir en obediencia y comunión con Él.