Estando a las puertas del año 2015, reconocemos, con emoción y humildad, que la bondad, fidelidad y misericordia de nuestro Señor fueron una realidad muy sentida, durante cada día del año que pronto concluirá.
Podemos preguntarnos, ¿hicimos todas las tareas encomendadas? Es muy posible que no; esto es motivo de dolor y vergüenza, pero no nos quedemos con la cabeza agachada y con actitud de vencidos. Pidamos al Señor, perdón por la pereza y la indolencia, y roguemos por nuevas fuerzas, nueva pasión y más amor hacia nuestro Señor y su Causa.
Notamos cómo las advertencias bíblicas se cumplen y sabemos que el año 2015 implicará más desafíos, valor y negación, pues el adversario, como león rugiente, acecha. Siguiendo el consejo del Espíritu Santo, mantengámonos sobrios y velando: por la familia, por la Iglesia, por las almas que nos rodean, y por nosotros mismos.
En lo personal, no puedo dejar de agradecer a aquellos hermanos, cuyo apoyo moral, espiritual y físico, sentí en forma constante, tanto en los momentos difíciles, como en los momentos de triunfo. Ruego al Señor que les recompense ricamente por su amistad incondicional, y por sobre todo, por su amor a nuestro Salvador y la tarea encomendada.
Reciban todos, mis más sinceros deseos de salud, prosperidad, pero, por sobre todo, de grandes triunfos espirituales para el año que se avecina.