“Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.” Salmo 40:2
— “Hombre,” dijo un viajero indiferente e impío a un hindú recién convertido, “¿cuál es la razón por la cual usted se interesa tanto por Cristo y habla incesantemente de él? ¿Qué ha hecho él por usted para que tanto le aprecie?”
El hindú no le contestó al momento sino que recogiendo unas hojas secas hizo con ellas un círculo en el suelo y poniendo en el centro un gusanillo inofensivo que se arrastraba en el camino, prendió fuego a las hojas. El gusano después de haber procurado en vano escapar del círculo por todos lados se refugió en el centro. Las llamas comenzaron a chamuscarlo y el gusanillo se retorcía en espasmos de agonía.
En ese momento el hindú extendió la mano, tomó con cuidado al gusanillo y lo colocó en su pecho.
— “Caballero,” dijo al viajero, “¿ve usted este gusano? Yo era como esta sabandija que estuvo a punto de perecer. Me encontraba perdido sin esperanza en mis pecados, y estaba completamente desamparado al borde del fuego eterno. Jesucristo fue quien extendió el brazo de su poder, él con la mano de su gracia me libró y me arrebató de las llamas eternas. Fue Jesucristo quien me colocó a mí, un pobre gusano, perdido y pecador, cerca de su corazón de amor.
— Caballero, esta es la razón por la cual hablo de Jesucristo y me intereso tanto por él. Y no me avergüenzo de obrar así porque lo amo.” I. C.L.Neal