Cita Bíblica: 1ª Pedro 2:5, 9-10
Introducción.
Este es nuestro segundo mensaje de la serie: “Aconsejando para la vida”. En el primer mensaje de esta serie, vimos los consejos generales más importantes que se desprenden de la doctrina de la salvación y que son: mantiene siempre a Dios como primera prioridad en tu vida; estudia durante toda tu vida la Palabra de Dios; nunca dejes de orar; y congrégate con los hermanos en tu iglesia local.
El cumplimiento de estos consejos no es automático en nosotros. Como todas las cosas que atañen a nuestra vida, nuestras acciones dependen de nuestras decisiones. No sacamos nada con tener la capacitación espiritual que Dios nos ha dado por Gracia, si decidimos hacer caso omiso de lo que él quiere que hagamos.
Por eso este mensaje tiene por finalidad incentivar a los creyentes en Cristo, para que tomen la decisión de hacer suyos estos cuatro consejos básicos, sin limitaciones, entregándose por entero a ellos, y teniendo en cuenta ahora nuestra calidad de Sacerdotes de Dios.
I. QUE ES EL SACERDOCIO
II. PRIMERO LA CONVERSIÓN A CRISTO
III. VESTIDOS DE LINO FINO
IV. UNGIDOS Y DEDICADOS AL SEÑOR
V. OBEDIENCIA E INTERCESIÓN
VI. LOS SACRIFICIOS DE LABIOS
Conclusión.
Cristo es el único sacerdote que puede ofrecer sacrificio para la redención del pecado, que es un sacrificio de sangre, y eso fue lo que hizo en la cruz del Calvario, por una y definitiva vez. Él es el sumo sacerdote de nuestra fe, y nosotros los discípulos de Cristo somos sus sacerdotes.
Los creyentes hemos sido investidos como sacerdotes por Dios, y nuestra salvación es el llamado que nos hace Dios para servirle a Él por medio de la ofrenda de sacrificios espirituales. Como sacerdotes del Dios viviente, todos debemos alabar a Aquel que sacrificó a Su Hijo por nosotros, y nos hizo descendencia suya.
El sacerdocio del creyente se ejerce en todas y cada una de las esferas de la vida, desde las responsabilidades individuales en el hogar, en el trabajo y en la iglesia, hasta en las relaciones interpersonales. Todo lo que hacemos es adoración espiritual para Dios.
Debemos ser cuidadosos de habernos rendido en todo al Espíritu Santo, para que nuestros sacrificios sean sacrificios de olor grato para Dios. ¡De qué serviría que trajéramos nuestro sacrificio, pero que el Señor no lo mirara con agrado! Sería como la triste historia de Caín, de quien está escrito, «pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya.»
Hermanos, el velo se rasgó y el camino se abrió. Somos sacerdotes y podemos acercarnos libremente a nuestro Señor. Vivamos para adorar a Dios. Vivamos para Su gloria. Amén.