Cita Bíblica: Salmo 101:1-4
Introducción: Al salmo leído se le dan habitualmente muchos títulos, se le ha llamado, el salmo de las resoluciones piadosas, o el espejo de los magistrados. En algunos países se hizo muy famoso, porque en una oportunidad un ministro infiel recibió una copia del salmo 101, con lo que se transformó en un verdadero proverbio, porque cada vez que un funcionario público hacia algo equivocado o impropio, se decía que recibiría el “salmo del príncipe” para que lo leyera.
El salmo muestra la determinación de un rey de ejercer un reinado justo y sujeto a las normas de Dios. Aun cuando no se nombra a ningún rey, sin duda, no hay otro rey en Israel que pudiera haber redactado este salmo, sino David. Lo que expresa el salmo concuerda muy bien con el carácter y personalidad de éste monarca. El salmo presenta un gran desafío para cualquier rey de la época, y aplicable a cualquier gobernante actual. Por otra parte, también constituye un gran desafío para cada creyente. Es un llamado a permanecer en integridad.
El salmista introduce el cántico alabando a Dios.
I) UN CANTO
II) UN DESEO
III) UNA PROMESA
Conclusión: El salmo empieza como debe empezar cada mañana de nuestros días: reconociendo la grandeza de nuestro Dios, reconociendo esos grandes atributos que son propios de Él. Atributos que se encuentran en plenitud y completos en el Dios tres veces santo que servimos.
Justicia y misericordia, nos dice el salmo, justicia y misericordia, que David veía en su trato con Dios. Justicia y misericordia, que vemos a diario nosotros en el trato con Dios. Con esa justicia y misericordia aspiraba a gobernar David, y debemos aspirar nosotros. No debemos conformarnos a las normas del mundo, esas no son nuestras metas, nuestras únicas metas son las normas de Dios, muy superiores a las normas de los hombres.
El deseo más sublime que debemos tener, es conocer a la perfección los caminos del Señor. En el fondo, poder conocer en toda su grandeza al Dios que servimos, y la única forma de hacerlo es permanecer en su presencia.
Debemos desear la presencia y el poder de Dios en nuestras vidas. No gobernaremos un reino, por lo menos aquí en la tierra, pero si podemos gobernar nuestras vidas y nuestras casas, según lo que Dios quiera y no lo que el mundo imponga.
Hay muchas cosas que pasaran por delante de nosotros que no podremos evitar. Lo que si podremos evitar, es, abrazarlas. Podemos evitar tener intimidad con ellas. El creyente debe, por sobre todo, tratar de no contaminarse. Debemos desear la rectitud o integridad personal, no tanto por el mundo, pues no la tiene (o, a lo más, solo en fracciones), sino por nuestro Dios, que la exige y merece.
El Salmo empieza con una alabanza, sin duda no hay mejor alabanza a Dios que cuando nuestra vida muestra las cosas que son agradables a su vista.