Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Hechos 9:5
Pasaje bíblico: Hechos 9: 1-7
Introducción
El cristianismo obtuvo en Pablo un tipo incomparable del carácter cristiano, a pesar de su inicio anticristiano. Su conversión probó el poder de Dios para destruir las más fuertes oposiciones. El verdadero lema de su vida era: «y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí».
I. La conversión
Lo vemos camino a Damasco, con su escolta, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor. Repentinamente, una luz, que debilitó aun el brillo del sol, y una voz: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Admirable gracia la del Salvador para buscar a un hombre como Saulo. A pesar de todo lo que hizo, el Señor se dignó hablar personalmente con él para llevarlo a sentir la necesidad de un Salvador, y para hacerlo partícipe de la fe preciosa. Jesús detuvo su obra destructora así como nos detuvo a nosotros en nuestra vida de pecado.
II. Propósito divino y entrega a Dios
El deslumbramiento de la revelación remeció todo lo que había construido Pablo con su razón humana, abriendo ante él un desconocido universo espiritual. En vez del orgulloso fariseo que caminaba con la pompa de un inquisidor, un hombre temeroso y temblando, se dirigió a la visión del Señor Jesús y le preguntó: Señor ¿qué quieres que yo haga? Pablo con esta pregunta se rinde ante Jesucristo y se entrega a Él. Él está dispuesto a hacer la voluntad de Jesús por sobre su propia voluntad. Por su parte, la respuesta del Señor indica que tenía planes preparados para Pablo.
Dios nos ha otorgado, a cada creyente, al menos un don espiritual para ponerlo al servicio de sus Planes para la Humanidad: en la iglesia, nuestra familia, amigos y en el mundo. Es el momento de meditar y entender y asumir, que tenemos una misión específica en nuestro tránsito como creyentes por este mundo.
III. Nuestros ministerios y misiones
Dios te llamó con un propósito específico y te equipó al menos con un don espiritual (1ª Cor.12) para ponerlo en servicio de los hermanos y de tu prójimo, por lo tanto, es menester y es tiempo que al igual que Saulo cuando iba camino a Damasco, hagas la misma y trascendental pregunta: “Señor, ¿Qué quieres que yo haga?” Es la pregunta que debe elevar al Señor todo aquel que ha tenido un encuentro personal con el Señor Jesucristo. La pregunta conlleva una total entrega a Jesucristo, como soberano de nuestra vida, habiendo renunciado al gobierno de nuestro Yo.
Cada uno de nosotros tiene una misión diferente en el Cuerpo de Cristo, a través de la cual podemos contribuir a la Obra de Dios, porque por el poder de su Gracia podemos influir en las personas, en los lugares que el Señor nos lo haya permitido.
Conclusión
¿Cuál debería ser nuestra declaración como creyentes en Cristo?
Señor te entrego mi vida, mi hoy, mi mañana.
Señor úsame en tu Reino, quiero participar de tu Obra y de tu Plan de Salvación durante mi vida en la tierra, quiero servirte Señor.
Dame de tu Gracia para tocar la vida de las personas en los lugares que tú Señor me envíes.
Sé que podré hacerlo porque tu Espíritu me capacita y coloca de su poder en mí.
Sé que me será posible cumplir con tus misiones porque tú Señor ya has provisto todo lo necesario y suplirás mis necesidades materiales.
Señor ¿qué quieres que yo haga?