“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” —Ga. 6:7
Una persona ilustraba el pasaje anterior, con la siguiente vivencia:
“Cuando era joven tuve una disputa con un vecino agricultor. Una noche obscura entré en su siembra y esparcí semilla de la cizaña que se llama la de Juan. En toda la provincia, no hay nada tan temido por los agricultores como dicha cizaña. Crece y se extiende rápidamente, y una vez arraigada, cuesta un trabajo increíble limpiar el campo. Pues bien, el sembrado del vecino quedó hecho una lástima, y yo reía satisfecho al ver cómo me había vengado. Pero andando el tiempo, me enamoré de la hija del anciano y nos casamos. Y entonces, ¿qué os parece que me ocurrió? El mismo día del casamiento mi padre político nos legó aquel mismo campo, y yo mismo tuve que doblar la espalda y excavar la mala hierba que había sembrado, y me costó muchos meses de trabajo cada año por mucho tiempo.”
“…todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” Estas palabras constituyen una ley inquebrantable. Siembra mundanalidad en tu hogar y cosecharás amargura, enojo y decepción; pero siembra la Palabra de Dios y cosecharas amor y salvación eterna.